-Matías
Beltrán y su pasión por lo que hace-
El día 24 de febrero de 1968, fecha en que nací, una vecina que
me escuchó llorar llegó muy temprano a preguntar dónde estaba Ma
tías, de allí en adelante, teniendo en cuenta el onomástico de mi nacimiento, me bautizaron con ese nombre.
tías, de allí en adelante, teniendo en cuenta el onomástico de mi nacimiento, me bautizaron con ese nombre.
Matías: ¡Cuando
haga una cosa, hágala bien hecha o no la haga nunca! Fueron las
primeras palabras correctivas de mi madre que como un eco infinito aún retumban
como un mandamiento sagrado en mi conciencia. Podría tener 6 o 7 años cuando
escuchaba ese imperativo, más como regaño que como consejo formativo para la
vida. Esa directriz, la introyecté desde mi infancia caracterizándome por
vivirla felizmente con familiares, amigos y colegio, fue el momento de jugar a
la lucha, la libertad, el trompo, la cuarta y el fútbol y de ir a estudiar y
aprender los valores familiares y culturales que forjarían mi carácter y
determinación en mi juventud y edad adulta.

Este medio siglo cobra valor con
varios acontecimientos significativos de mi vida personal, tal fue el caso de
mi paso por una inolvidable experiencia de
vida religiosa, fui fraile franciscano de un seminario en Medellín,
mucho de lo que soy hoy, también tiene sus raíces en ese momento que viví intensamente.
Pero, indudablemente, lo más trascendente lo he vivido con mi esposa, Gisela
Cervantes, mi gran amor inmarcesible, mi gran cómplice para pensar y hacer
cosas buenas, quien me ha persuadido con sus encantos. A su lado me he dado
cuenta de que el tiempo no pasa, que solo lo percibo en los cumpleaños, Noche
Buena y fin de año. Ella y José, Daniel, Caro, mis cuñadas y mi familia paterna
también me permitieron sentar bases sólidas por el valor de la familia, el
conocerme a mí mismo y decir sin temor a equivocarme que nunca podría vivir
solo, nunca podría vivir sin ser profesor de filosofía, amo tanto lo que hago
que muchas veces lo expreso como un loco, un loco diferente que ha logrado casi
todas las metas propuestas, que cree tener las aptitudes y habilidades para
hacer lo que hace, sin embargo, a pesar de que he tenido hijos, he sembrado
árboles, he coleccionado objetos y cosas que me gustan, he viajado y pertenezco
a la red de educadores del IB, aún me hace falta publicar un libro. No me puedo
morir sin publicar lo que prácticamente ya está escrito, en él doy respuesta a
la pregunta más difícil que se ha hecho la humanidad: ¿Qué significa ser
humano?
Para terminar, no sé cómo festejaré mis próximos 50 años;
como vitalista que soy, jamás renunciaré a la vida, tengo tantas cosas por
hacer que no tendré tiempo para morir; seguiré disfrutando en tiempo presente,
porque un ser humano como yo está condenado a ser feliz. Que vivan estos 50
años de existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario